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martes, 18 de marzo de 2014

HER

Esta es una de esas películas que merecen la pena por su extraordinaria originalidad y sensibilidad, a pesar de tratar un tema extremadamente corriente en el cine como es el amor.

La acción se desarrolla en un futuro indeterminado tal vez no muy lejano, en donde las tecnologías están en la cotidianidad, como es previsible, y donde algo tan banal como la escritura manual ya está en desuso, sólo reservada a unos pocos románticos que las encargan en cartas que paradójicamente no se hacen a mano.

Es la historia de un amor normal y corriente entre dos seres cuya particularidad, y esto es lo que la hace diferente y que surjan multitud de reflexiones al respecto, es que uno de ellos es un hombre común y el otro un sistema operativo informático con voz de chica llamada Samantha. Esta propuesta nos adentra en el mundo de la introspección, de los sentimientos más profundos y de la necesidad universal de amar y ser amado.

En este tiempo en el que vivimos, en donde tenemos la posibilidad de estar conectados permanentemente a través de un pequeño artilugio que cabe en la palma de nuestra mano y en donde las redes sociales nos ofrecen una nueva forma de relacionarnos, este planteamiento parece un futurible bastante interesante y en absoluto descabellado.

La experiencia que ya tenemos en este sentido nos hace ser conscientes de la cantidad de personas que se conocen y son capaces de enamorarse y establecer una relación de miles de kilómetros a través de algún dispositivo electrónico, en ocasiones incluso sin haberse visto nunca. Esta película habla de eso, de un amor que está por encima de lo físico, en donde  la fascinación intelectual y mental es más fuerte que la corpórea, solo que aquí se da una vuelta de tuerca. En las relaciones cibernéticas siempre existe el anhelo de materializar lo idealizado, aunque luego no se corresponda con la realidad y sea todo una gran decepción. Lo que aquí se expone va más allá, se prescinde absolutamente de toda atracción física para entablar una relación que colma las necesidades afectivas del protagonista a pesar de saber que jamás va a tener una concreción tangible. El sexo se plantea más bien como una necesidad fisiológica puntual y totalmente accesoria. Se crea por tanto un vínculo metafísico que confirma la teoría de que uno se enamora del interior de una persona. Sólo quien ha tenido ese tipo de experiencias puede reconocer este estado o sentimiento como real y posible.

Es importante subrayar que el personaje principal no se presenta como un friki antisocial aislado del mundo, sino como una persona normal que pasa por un bache sentimental.

A mi modo de ver, este espléndido guión que le ha valido el Óscar a su director y guionista Spike Jonze, puede que haga aguas en alguna de sus premisas. Idear que un cerebro electrónico sea capaz de mantener un idilio con un humano debería ser por definición perfecto, ya que la máquina es capaz de captar las necesidades del otro y ofrecerle todo aquello que demanda en cada momento. Sin embargo, al igual que en la vida misma, esta relación no está carente de conflictos, que por otra parte podrían ser aceptados para que pareciera más real, pero considero que en cualquier caso no debería nunca estar abocada al fracaso ni a la frustración, si es que no tiene como objetivo llevar a la locura a su usuario, claro. Permitidme la broma pero parece ser que las mujeres, incluso cuando son artificiales, son también complicadas (salvo excepciones). De todos modos se puede admitir perfectamente la propuesta que presenta la película.

En lo referente a aspectos técnicos destaca la fotografía, con una maravillosa luz llena de colores vivos. El diseño de producción es muy atractivo a la vez que sencillo, así como el uso de una estética hípster o gafapástica.

La música, realizada por el grupo canadiense Arcade Fire y en consonancia con el filme, es simple y elegante. Va desde sonidos electrónicos futuristas, a piezas de piano cuya genialidad es insertarlas en el argumento como pequeñas obras que compone la adorable chica cibernética. Se trata de miniaturas musicales que nos sugieren a un Erik Satie contemporáneo. La culminación de este compendio musical preciosista es la delicada canción nominada al Óscar “The moon song” de Karen O, cantada por Scarlett Johansson y en la que se vale únicamente de un ukelele.

La interpretación de Joaquin Phoenix es excelente, muy contenida, sentida y veraz, sin duda uno de los grandes olvidados en las nominaciones de este año a mejor actor principal.

Como curiosidad decir que en la versión doblada, que vemos en la mayoría de los cines de España, no podemos disfrutar de la presencia de Scarlett Johansson, ya que es la voz de Samantha. Otra de las desventajas que tiene no verla en versión original.

A pesar de sus múltiples bondades no es apta para todo tipo de público, tal vez requiera una sensibilidad especial para saber apreciarla.

18/03/2014

1 comentario:

  1. La veremos sin falta, como buena sapiosexual y apta en niveles de sensibilidad jejej

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